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Marifé Santiago Bolaños

A la orilla del mar, una madrileña que tendría diez u once años, entregó en ofrenda su vida a la escritura. Esa niña llegó a ser la mujer que soy yo ahora. El tiempo que media entre su pasado y el porvenir, dado que se trata de las palabras que crean el mundo, no se cuenta por días, sino por recuerdos y por imágenes de lo que aguarda todavía entre las calles y el horizonte.

Estudié Filosofía para entender no entendiendo, para intentar que la ciudad que portamos tuviera, siempre y en cualquier sitio, afán de Belleza. Cada libro escrito es un homenaje a aquella niña lectora de sueños, espectadora agradecida ante la escena teatral de un atardecer inabarcable, como lo son los versos y la dignidad.

Cuando doy clase, algo que ocurre con la frecuencia de las profesiones, no olvido nunca el temblor de aquellos ojos y la felicidad del descubrimiento que, como tal, requiere ser compartido. Porque las balas que se pierden no hacen daño; bien al contrario, se rebelan contra el dolor y lo transforman en significado, es decir, en la posibilidad de un jardín.

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