Ahora que las editoriales estadounidenses imponen a sus autores la firma de una cláusula de moralidad, asunto que nuestra prensa ha sacado a colación de la próxima publicación allí de la biografía de Philip Roth, una obra maldita que estaba en un cajón por las acusaciones de abusos sexuales y violación sufridas por el biógrafo –aquí Debate nunca ha dudado en publicar el libro, lo que pasará pronto-, yo me encamino a la presentación de ‘Conchita Montes, una mujer ante el espejo’ (Bala Perdida, 2021), edición ampliada de una biografía simpática que firman Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo. Y relaciono todo eso porque si alguien vivió siempre en dudosa moralidad fue la polifacética Conchita Montes: licenciada en Derecho, musa y amante de Edgar Neville, una de las grandes damas de la interpretación en España sin ser buena actriz y creadora semanal del Damero Maldito de ‘La Codorniz’. Que la Montes viviera en la cresta de la ola del pacato franquismo siendo una mujer de modernidad intachable y moralidad dudosa tiene mucho mérito. Una explicación nos la da la hipocresía nacional, rasgo españolísimo que sigue tan vigente como siempre en este anticuado siglo XXI. Si ella hubiese firmado alguna vez una cláusula de moralidad, creo que lo habría hecho bajo la premisa de que «las promesas solo atan a quienes se las creen».
«Conchita Montes. Una mujer ante el espejo», de Aguilar y Cabrerizo, en La Opinión de Málaga, por José Luis Gómez
Maravillosa mujer, dudosa moralidad
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