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Yolanda Arias

Cuando pienso en el significado denotativo de la expresión «bala perdida» me siento muy identificada con la idea de un trazado sin objetivo cumplido: allí donde hubiera debido estar el blanco o pensé que estaría, en realidad no había nada. No es una queja, es la constatación de que el mero ejercicio de la voluntad, aunque ésta sea meditada y consciente, no es suficiente. A veces lo que deseamos y lo que necesitamos no son la misma cosa y discernir lo segundo es una construcción personal y colectiva que lleva toda la vida, entre otras cosas porque hacer un análisis honesto de quiénes somos y de cómo podemos crecer no es sencillo y se topa con múltiples representaciones de la realidad que se solapan, se enfrentan, nos tensionan.

De manera que erré el tiro algunas veces y la vida me movió la diana otras y esas balas que se perdieron me ayudaron a encontrarme y fueron constituyendo hitos que me demostraron que mi equilibrio reside en la conciencia de mi naturaleza proteica y en la humildad y generosidad de darle cauce. Escribo, igual que pinto, igual que enseño, porque siento esa naturaleza en constante búsqueda y transformación como una necesidad básica que nace de mis capacidades y mis limitaciones; porque son los lenguajes en que percibo el mundo con más claridad y a su vez porque son herramientas que me ayudan a descomponerlo y tratar de comprenderlo; porque siento un torrente que se tiende entre la razón y la emoción y necesito darle cauce; porque reconozco el imperativo de devolver, tejido, el mimbre que me construye. Y porque me gusta el juego, la mirada tangencial que descubre la esencia de las cosas, advertir una estructura emocional y nombrarla, extrañar para reconocer; porque me gustan las palabras y cómo se relacionan para alumbrar u oscurecer.

Soy una bala perdida porque no cejo en el empeño, no abandono la inocencia, elijo la alegría cada vez, me asombro, me dejo retar, me entrego con el corazón en la mano sabiendo que no puedo pedir lo que no doy y que la esperanza no anida «donde la vida se doblega, nunca».

Supongo que algunas de estas circunstancias me convierten también en una romántica, más cerca de los ángeles terribles de Rilke o de las embarazadas con calavera de Klimt, que de Espronceda.

En todo caso le agradezco a Lorena que me quiera, así como soy, entre la dureza y la ternura, entre el precipicio y la belleza, y que su confianza me permita compartirlo con los lectores de Bala Perdida.

Por lo demás, me licencié en Filología Hispánica por la UAM, conseguí el Diploma de Estudios Avanzados con una tesina sobre Silvina Ocampo y algún día terminaré mi tesis… Algún día. De momento hago trabajos de ilustración, voy peregrinando por colegios de Educación Secundaria en Madrid, me empleo a fondo en formaciones sobre pedagogía respetuosa (me certifiqué en Disciplina Positiva para Aula con la Positive Discipline Association) y pedagogías alternativas y feministas (principalmente con la asociación Pedagogías Invisibles), y monté con una amiga mi propia escuela infantil; se llama Ellaluna y es mi manera (una de ellas) de hackear el sistema educativo desde dentro. He publicado algunos cuentos en la revista El invisible anillo, un par de artículos académicos y escalé el premio de relato de la UAM desde el accésit hasta el primer puesto. También colaboré en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de Historia con dos biografías. Actualmente escribo semanalmente en Nueva Tribuna. Nací en 1976 y casi desde entonces me gustan las amapolas, el chocolate, la niebla y leer.

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