El azar pone en contacto a dos desconocidos, Alicia y Julio, durante el confinamiento por…
Reseña de «Sellada», de Esther Ramón en la revista Hispanoamericana de cultura Otro Lunes, por Jorge de Arco
Noveno libro de Esther Ramón (1970), en cuyo interior podrá respirar el lector los cromáticos cendales de una poesía intuitiva y libre, trazada desde el silencio de un azar traslúcido. En su inmanente reflexión, la autora madrileña no se doblega ante ningún territorio, ante ningún escenario que no sea el de la palabra veteada por la realidad.
Dividido en dos apartados, “Lo que duele” y “Lo que sana”, el volumen se abre con una cita plena de sugerencia: “aquí tu nombre, en nido impar”. Frente a esa dicotomía comprimida por la voz de un yo que se destensa y se rearma en constante trasmutación, los versos van desvistiéndose en busca de una piel que acerque el paraíso perdido; o, tal vez, con el sencillo afán de tamizar un daño que no termina de ausentarse ni se despoja de lo amargo: “Las manos rasgan un papel involuntario y están aquí, sobre la mesa, Saben que sientes todavía que no hay más que polen y estación de celulosa. Igual lo rasgan y la escritura cae, con la hemorragia súbita de algo que se abre”.
Con un cierto sabor a orfandad, a desfrío, Esther Ramón reivindica una turbación no individualizada sino común, un espacio donde no cabe la complacencia sino la inquietud. Claro que su fe en la fibra balsámica de la palabra le permite reinventar un firmamento distinto para combatir el desasosiego. En su misma expresividad se vislumbra con mayor precisión la subversión de la soledad y un latido que se duplica dulcificador: “Si nos caímos,/ laminada la ausencia/ no era labio,/ pertenecía al/ sarmiento,/ su semilla,/ y en el lado/ de siempre/ me descansas”.
Poemario, en suma, sintetizador de una herida que va cicatrizando, pero que segrega todavía un lenguaje expandido, indócil frente a la sintaxis de quien posa su discurso sobre la quietud de lo movible, de quien anhela seguir “abriendo más los tallos/ del vivir”.