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Reseña de «Mi vida en otra parte», de Fernando Ontañón, en Zenda, por David Vicente

Pertenezco a ese grupo de lectores —me consta que somos varios— a los que los libros, en contra de lo que han proclamado las redes sociales, no les han ayudado a aliviar el confinamiento. Imposible concentrarme en la letra impresa, si no era por las obligaciones laborales que imponían las correcciones a mis alumnos de escritura creativa. Supongo que uno necesita una vida propia para poder fantasear con las de otros.

Por eso recordaré siempre la primera novela que he podido terminar durante el aislamiento (ya camino a ese extraño eufemismo, “la nueva normalidad”), como quien recuerda dónde se encontraba cuando se derrumbaron las Torres Gemelas o cuando Neil Armstrong puso el pie en la Luna: Mi vida en otra parte, de Fernando Ontañón.

«Recordaré siempre la primera novela que he podido terminar durante el aislamiento (ya camino a ese extraño eufemismo, “la nueva normalidad”)»

Me enfrenté a ella sin conocer nada de su trama y mucho menos de su autor, con la misma pereza que me había enfrentado durante esas semanas a todas las novelas que habían terminado abandonadas en los rincones del salón sin pasar de la página cincuenta. Quizá, esta vez, atraído por un título que casi sirve de sinopsis para mi propia existencia y, probablemente, para la de muchos de nosotros. Nuestra vida ha quedado en alguna parte tras las ventanas y puertas de las colmenas de ladrillo en que nos veíamos / nos vemos, más que nunca, obligados a protegernos de un enemigo que nos convierte a todos en sospechosos: el ser humano.

Antía, la protagonista de esta historia, también desearía estar en otra parte, más allá del pueblo gallego en el que habita, que la proteja de sus compañeras las zorraputas y el cruel y humillante acoso escolar al que la están sometiendo, puede que en medio de las canciones de Lou Reed y los poemas de Manuel Vilas que le ha descubierto su chico, Roque, en sus últimos nueve meses de relación, la más larga para ambos.

Fernando Ontañón construye una historia a través de dos puntos de vista. Uno en tercera persona, que ocupa la mayor parte de la obra, en el que nos narra mediante contundentes flashbacks el infierno que vive día tras día Antía en su instituto y al que apenas encuentra refugio en la amistad de Julia, Víctor y, sobre todo, en el mundo que comienza a descubrirle Roque. Y otro, en primera persona, en el que la propia Antía, convertida en escritora de éxito, después de transitar entre Madrid y Nueva York, regresa al pueblo que abandonó para recibir un homenaje y reencontrase con su pasado, con sus miedos y con la esperanza de que su triunfo sirva como venganza de un tiempo que la ha torturado todos estos años.

Fernando demuestra al menos tres cosas con esta novela. La primera, que el oficio del escritor es conocer y comprometerse con sus personajes, sean mujeres, hombres, niños, asesinos, maltratadores o pederastas, por lo que no parece muy razonable reivindicar la literatura desde el género de su autor, como muchos se empeñan en hacer últimamente, sino desde la propia obra y la capacidad de crecimiento de sus protagonistas más allá de sus páginas.

«Agradezco, después de acabar la novela de Fernando, mi incapacidad lectora durante estas primeras semanas de encierro»

La segunda, que para obtener el reconocimiento de establishment editorial —del que intuyo él carece— es mejor moverse dentro de los márgenes de eso que Marsé llamaba “mundo literario” que construir buena literatura. Una pena para los lectores, sin duda, y para la propia literatura.

Y, por último, que convertir al lector en inteligente y confiar en su buen hacer ha caído en desuso, plagado, como está, el panorama literario de novelas que sienten la necesidad de explicarlo todo, olvidando aquello que decía el señor Auster de que la lectura es una colaboración a partes iguales entre escritor y lector. Fernando no lo olvida, confía en nosotros, arriesga y convierte su novela, con sutileza y mínimos elementos que apenas dibuja, en una historia que no es lo que parece, o puede que sí. Y aquí me detengo por no incurrir en revelaciones innecesarias que contradirían la premisa de la confianza en el lector.

Agradezco, después de acabar la novela de Fernando, mi incapacidad lectora durante estas primeras semanas de encierro. Puede que de otro modo no hubiese llegado a mis manos esta novela y, lo que es peor, puede que no hubiese descubierto a un autor que lamentablemente no tiene un hueco dentro de los suplementos culturales y los nepotismos de las redes sociales.

Si ustedes ya han recuperado el ánimo lector, o si nunca lo han perdido, les recomiendo que no pierdan esa oportunidad.

Véase también: https://www.zendalibros.com/mi-vida-en-otra-parte/

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