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Reseña de «Intramuros», de Jaime Cedillo, en El Cultural, por Ernesto Pérez Azaústre

Reseña de Intramuros, de Jaime Cedillo, en El Cultural, por Ernesto Pérez Azaústre

 

Jaime Cedillo (Toledo, 1990) apela al centro de su gravedad para hablarnos de nosotros mismos. En Intramuros descubre su admiración por la estirpe de hombres que, sabiendo que no pueden ganar, jamás renuncian a la pelea. A través de la observación minuciosa de lo cotidiano nos conduce por galerías diáfanas, en una poesía partidaria de la claridad, pero con densidades en su tensión interna.

Siguiendo a Joan Didion, guardará los zapatos de aquella chica por si un día regresa, escribirá un poema antes de interrumpir el vuelo y encontrará la calma en el regazo de sus propias ruinas. Pero en esa recuperación de sus sensaciones perdidas, entre escombros brillantes de recuerdo, hay fogonazos de ahogo salvador, como cuando decide “Gritar mi nombre contra la llanura / como un perro perdido ladra al viento”. En su primera juventud tras la grieta amorosa, recupera la infancia del verano infinito alrededor del almendro, aunque en la realidad áspera y gozosa, cuando todo termine, tú y yo seamos dos desconocidos. Todo pasa “igual que cruzan / los vagones azules delante de tus ojos”, como nos dice en su estupendo poema “Vida exigua”. “Lejos de las fuerzas terrenales”, “Portarretratos” o “En todas partes” son muy buenos poemas sobre la desolación tras la rotura, cuando un fantasma ocupa la fragmentación de nuestros pasos. “Córdoba” es un hermoso poema que habría gustado a Pablo García Baena, porque nombra su luz de cielo en plomo. Hay belleza sutil en el canto a su madre y su “Arenga poética” electriza.

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