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«La mala raza», de Nacho Escuín, en Librújula, por Enrique Villagrasa

Genial artículo de Enrique Villagrasa sobre La mala raza, de Nacho Escuín, en Librújula.

 

Verdad y singularidad en la poesía de Nacho Escuín

 

Lo primero que llama la atención en el último poemario de Nacho Escuín (Teruel, 1981) es el significativo título La mala raza (Bala perdida), que se decía mucho en Burbáguena (Teruel), el pueblo de mi infancia: “es de mala raza y no hay forma, ni crece ni engorda, no sé qué haremos con él”. Más o menos, también persona traviesa, inquieta, singular. Seguro que el poeta tiene otra explicación. Cabe apuntar también que hay una novela del periodista chileno Roberto Bruna con el mismo título: esta es un retrato descarnado sobre el Chile de los perdedores, en la dictadura de Pinochet.

Nacho Escuín es un poeta de raza y creo que es, lo he dicho ya en otros sitios, la esperanza de la poesía española, sin ir más lejos. Sobre todo por el conocimiento que de la poesía tiene y por la poesía que escribe, al menos, en estos tres últimos poemarios Huir verano, 7:35 y en el que reseñamos aquí. También podemos asegurar que lo ha sido todo en el mundo literario: escritor, editor, crítico literario, gestor cultural: ha dirigido y dirige espacios y ciclos poéticos; además es docente universitario y fue servidor público como director general de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón, en la pasada legislatura (2015-2019). Está licenciado en Filología Hispánica y es doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.

El poemario que nos ocupa, La mala raza, exige mirar al pasado reciente, al presente y al futuro, pues de todo hay en estos treinta poemas, divididos en dos partes: ‘La mala raza’ con 13 poemas y ‘Portafolios 1 (retratos)’ con 17 poemas. Ambas partes llevan sus respectivos delantales: parte de una canción de la banda de indie rock Supersubmarina y unos versos de Roger Wolfe y otros de David Castillo. Todo bien aderezado con bajón emocional, impotencia existencial y negritud por doquier. Lo que nos da algunas pistas de lo que nos encontraremos.

Este es un libro cuyos versos no nos dejan permanecer indiferentes; pues, entras en ellos como lector y vives una aventura: temor y temblor al mismo tiempo. Y los poemas, entre breves y no muy largos, se debaten entre los tres y los 34 versos, son de sencilla lectura, pero de gran enjundia, pues, por ejemplo, significativo es que el poema más breve sea Estado de sitio y el segundo más largo, con 27 versos, se titule Ave fénix. Ambos soberbios y con un verso final que es un latigazo cerebral: “Ahí es donde te quiero ver” y “No puedes darles ese gusto”. Versos que hablan de ajuste de cuentas, por ejemplo. Es una forma de advertir a la persona lectora que todo poema es una declaración ética y estética, en momentos existenciales como estos: “Cuando todo da igual,/ hasta la verdad”, Escuín dixit.

Este es un poemario excelente que incomodará a muchos, si acaso lo leen, y no es una ocurrencia maligna ni ingeniosa. Es un libro donde hay variedad de asuntos, desde reflexiones personales (amor y trabajo), a miradas sobre el lenguaje, servidumbres, grandezas, pensamientos filosóficos, política, observaciones de esa normalidad sociológica, análisis, afirmaciones, pronunciamientos y esperanza. Todo bien condimentado con la suficiente agudeza e ironía y en constante dinamismo. O sea, otra manera sencilla de escribir poesía, que surge del conocimiento que tiene el poeta de la materia tratada. Además, Nacho Escuín ni engaña ni se esconde: versifica de manera inteligente esa su poesía singular, donde dirime su verdad y la del mundo, desde la reflexión y la teoría de la literatura, con un estilo casi autobiográfico: “Así no tendréis que soportarme más,/ para vosotros estaré en el limbo,/ la ausencia sin partida,/ sin la menor necesidad/ de seguir embistiendo/ ni de hablar bien de los muertos”.

Escuín demuestra en La mala raza que escribiendo desde la ética no se compromete la calidad literaria de la obra, ni hay falso intimismo en el modo de afrontar su relación con los demás, con el mundo, consigo mismo. Su poesía está encarnada con otros muchos discursos, pero por su características es tan otra que deja huella en el lector: donde no hay humanismo autocomplaciente y sí calidad literaria, en esta transmisión de preocupaciones. Poesía que admite la dialéctica como desarrollo de las ideas, sin retórica alguna, y por esto la aparición de La mala raza es todo un acontecimiento: “Qué frágil es todo esto,/ qué terrible instante en el que entiendes/ que un buen poema depende solo/ del feliz error/ del fatal acierto”.

Aunque, si bien es cierto que algunos de sus versos resultan algo empañados por lo anecdótico o lo tendencioso, no le quitan brillantez al quehacer demiurgo del poeta, pues ha tratado y ha conseguido poner de manifiesto ese estado de vivencias y anímico que bien necesitaba de un diagnóstico: las personas que a él se acerquen lo agradecerán: “Sólo quedan las tardes de domingo./ Quédate con eso,/ ahí sí que eres tú”.

El poeta Escuín consigue también remover las aguas de la poesía, con esta poesía un tanto crítica, por otro lado imprescindible, pues en estos momentos el entorno nos exige tomarle el pulso, saber de qué pie cojea. Y también puede ser que descubramos con la lectura que hay poco o nada en ese fondo, pues tanto mejor: “Atrás solo queda algún que otro café helado,/ las náuseas de cada mañana/ y los cuatro intensos años/ de amargura y socialismo”.

Y ante al gallinero de atrevidas voces poéticas; ambiente corrupto, poetas de un bando y de otro, según la cuadra editorial; diversos y diversas jóvenes superventas infames; prestigios falleros (por el cartón); versificadores y demás raleas y pelajes, darle la bienvenida a esta poesía tan señera, como es la de Nacho Escuín: radical y provocadora, es un verdadero placer y discutirla es justo y necesario: “No te quedes solo/ con la primera impresión./ Detrás de cada frase/ hay un fantasma/ y veinte mil hombres y matices”.

A la poesía que anida en La mala raza no le basta con tener razón verosímil, quiere conseguir, y lo logra, el crear un mundo razonable en el que el lector puede entrar a esa aventura que es leer poesía y encontrar un camino; es no cabe duda una poesía para la verdad, la esperanza y el amor: “Será este día/ el del viento más feroz,/ seremos tú y yo/ la llama y su ciclón”.

 

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