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«Ciudad rayada», de José Ángel Mañas, en «Alfa y Omega». Por Maica Rivera
Lúcido y magnífico artículo de Maica Rivera en Alfa y Omega sobre la reedición de Ciudad rayada.
Sorpresa de temporada. El nacimiento de una prometedora editorial, Bala perdida («los románticos del siglo XXI»), que acaba de estrenarse con presencia y firmantes en la Feria del Libro de Madrid, llega en un catálogo de presentación que, entre los primeros títulos, apuesta fuerte por la acertada reedición de Ciudad rayada, la que fue cuarta novela de José Ángel Mañas, publicada en 1999 como parte de una tetralogía iniciada con Historias del Kronen (1994) y completada con Mensaka (1995) y La pella (2008).Está protagonizada por un adolescente de 17 años, Káiser, discjockey y camello de cocaína, a quien, desde las primeras líneas, sabemos que vamos a ver caer en picado en el sórdido mundo del crimen. Sucede a finales de los 90, en ese Madrid áspero donde el Mañas (no falta su cameo hitchcockiano, abriendo el primer capítulo) condena, física y espiritualmente, a toda una generación posterior a la Movida y predecesora de la revolución digital, a la que se le prometió una España de oportunidades y recompensas que jamás aconteció, y a la que el autor asfixia lentamente en un trágico determinismo naturalista perfilado por estratos sociales (de Vallecas al barrio de Salamanca pasando por el aferhours de Malasaña) que es marca barojiana de la casa. Página a página, se rinde un culto punk y rabioso al desencanto y la desesperanza, al desaliento juvenil que deviene en brutalismo, en un tiempo inspirado por la música electrónica, marcado por el alcohol, la droga y el desfase, y, por tanto, a menudo irreal, más que eso, distorsionado, hasta llegar a deformarse lo humano y aniquilarse todo lo potencialmente humanizador. Entre birras y pipas (se adjunta un Kronenario final con definiciones de términos para no iniciados en el lenguaje coloquial más pandillero del siglo pasado en la capital), obscenidades y macarradas de jerga, se amontonan y yuxtaponen diálogos y monólogos intrascendentes, de alta agresividad, que explosionan en el uso de un alfabeto fonético dinamitador de todas las normas de la cortesía literaria en aras de una rebeldía finisecular que convierte la cocaína en kokaína y la novela en nobela. Es aquí, en todo esto, desde el deambular del protagonista, donde el prologuista Germán Gullón nos invita a considerar las influencias de El guardián entre el centeno de Salinger, obra que también «retrata una época con un instrumento verbal plagado de neologismos».
Fue, y sigue siendo la de Mañas una literatura tan provocadora que resultaría muy ingenuo calificar su técnica de magnetofón. Tampoco pareció nunca gratuita ni inocente su feroz antropología urbana que deja testimonio de la dramática pérdida de valores en un perfil poblacional de máxima vulnerabilidad. Lo más sobrecogedor para el lector del siglo XXI es el desfile de criaturas desnortadas, que vegetan sobre el humus de la desvinculación familiar y el vacío emocional. Lo más interesante, sorprendente, digno de revisión, reflexión y debate, es vislumbrar una sensibilidad premonitoria, una epifanía de los derroteros que han conducido con los años al actual boom de la novela negra.
Maica Rivera