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Rosario López

De pequeña preguntaba por el significado de las palabras. Como no me respondían, buscaba. La mayoría de las veces eran palabras tan prohibidas que no venían en el diccionario. Entonces yo creaba otra realidad posible.

Creé una saga de un oso que se convertía en humano. Lo iba improvisando a medida que mi primo pequeño lloraba. Según el llanto, el remedio. Oral, como mi abuela hacía conmigo.

Mi abuela, que solo sabe escribir su nombre y hace las cuentas que le importan con los dedos, me había contado un cuento de unas hermanas que nada tiene que envidiar a los cuentos de los hermanos Grimm, los crudos, sin Disney. En la cama, a la hora de la siesta, con la vela echada, que es un toldo, me contaba la crudeza con humor. Nunca dormí.

La crudeza no es lo feo, sino la fruta con la piel, la voz con su ronquido y una mano entera: con sus arrugas y callos. Arrancar un trocito de manguera para ponérmela de cierre de zarcillo, que es pendiente. Y manguera es goma y los chorros de agua, periquitos. En el colegio, hay una fiesta del agua, con periquitos; compro lápices y arroz inflado en el carrillo, ¿o quiosco?, de Pepe el Poeta, donde los hombres fuman y beben vino. Por la noche, nos sentamos en el escalón de la calle, que se llama sardinel, y el trastero es sobrado y se dice soberao en andaluz. En el soberao se guardan los chismes. En el sardinel, luzco el vestido que me ha hecho mi madre, rosa y verde, y la abuela dice que tengo las manos de mi padre. Mi hermano se llama Hermano y cree que el sol sale por Antequera, ¿dónde está eso? Viene el abuelo, que trae lechugas y rábanos en el serón, de la huerta. Muerde uno. Todo está fresco, como el agua del pozo en el que, seguro, ha bebido. Todo está crudo. Mañana iré al puesto de la plaza de abastos con la abuela, a lo mejor vienen mis primas, me montaré en el banquetito para llegar al mostrador, que tiene una puerta mágica que se abre hacia el cielo, y preguntaré a las vecinas qué desean. ¿Qué desea, señora? Tenemos de todo. Todo está fresco. Todo es crudo. ¿Cómo se llama? Yo me llamo como la abuela. ¿Es la calle también una huerta?

Crecí. Crecí también de adulta, en otros brazos y otros sitios, en parterres, playas y resbalando en la nieve. Agarro palabras como personas. Agarro personas como Melilla, Praga, más Andalucía, Andalucía entera, con lo grande que es, los Balcanes y Madrid. No sería quien soy, esta liebre, esta bala, el cartucho, el cazador y su testigo, el hogar, quien se va y quien se queda, sin las palabras, las personas, las ciudades y mi búsqueda. Nuestra búsqueda.

«Solo quiero que seas feliz», mi madre.

«Disfruta», mi padre.

Si mañana fuese el último día, yo también les haría caso: yo escribiría. Escribimos todo el rato.

Rosario López nació en Sevilla, creció en Arahal, estudió Periodismo y trabajó y vivió en Praga, Melilla y los Balcanes, donde también impartía clases de español. Al regresar, se instaló en Madrid, realizó el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores y el Máster de Edición de la Universidad Autónoma de Madrid. Escribe artículos para prensa y revistas filológicas y literarias, crea contenidos para empresas; es editora freelance y examinadora de español; e imparte clases de escritura creativa.

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