Dijo Jiddu Krishnamurti que no es sano estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.
Sade, por su parte, maldijo «al escritor que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza para no ofrecernos más que el incienso que quema con agrado a los pies del partido que domina».
A Arenas le requisaron el manuscrito de El color del verano en tres ocasiones. Inició la redacción del cuarto borrador ya preso en el penal de El Morro, y finalmente la novela consiguió escapar de los muros de aquel sórdido presidio gracias a la generosa cavidad rectal de otro disidente, un travesti buen amigo del escritor, que por entonces contaba con el tercer grado. ¿De una vez? No hombre, no; no seáis brutos. La fueron sacando capítulo a capítulo mientras Reinaldo la reescribía.
¿Y qué hay de Genet? Si Genet supo dar tan fiel testimonio del lumpen fue porque Genet era el lumpen.
Abrid entonces los encerados salones para los comedidos que nunca alzarán la voz, promocionad a quienes saben hacer profesión de la obsecuencia, reservad los galardones para las manos sin callos; obsequiad con una copa, o con un cheque, con lo que queráis, a quienes saben dar en el blanco y tan pocas veces yerran el tiro. Guardad vuestro aplauso para los paladines de la urbanidad, esos que jamás darán un golpe sobre la mesa.
Para las balas perdidas nosotros siempre reservaremos el pupitre de atrás, los billares tras la reja, los callejones peor iluminados del extrarradio, el lugar más honorífico de nuestras desvencijadas estanterías. Las balas perdidas jamás anhelaran vuestro aplauso porque rugen con el encono de todos los inadaptados que en el mundo han sido.
Existe una literatura que pincha, que grita, que muerde y que patalea; que no sabe estarse calladita. Se dedica a lanzar piedras en el patio y a ensuciarse los pantalones de barro; mientras dentro de la casa, junto a la seguridad del fuego, sus hermanas, más modositas, le hacen la visita a la vieja tía Maud frente a un platillo de galletas holandesas. Nosotros preferimos la compañía de los gatos, meter los pies en los charcos, armar ruido, montar jaleo…, y en eso estamos.
La policía de lo correcto ha sembrado la autopista de radares, pero da igual; que no se os ocurra frenar y seguid acelerando. Esos radares del demonio son incapaces de leer una maldita matrícula por encima de doscientos.
¿Sobre mí? Pues no sé, que he fregado muchos platos y he firmado pocos cheques. Que los chicos demasiado guapos no me conmueven el ánimo, que me gusta rodearme de gente con cicatrices. Que prefiero un grito airado a una sonrisa condescendiente, y que jamás me he puesto corbata. Que además de descargar camiones, poner copas, montar andamios y pasar bastante el mocho, también he trabajado como tramoyista en varios musicales de la Gran Vía y como ilustrador para la editorial Anaya.
Que esta es mi primera novela y que espero no sea la última.
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