Desde que tengo memoria, me han atrapado las historias. Leerlas, verlas, escucharlas y contarlas, sobretodo contarlas. No sé muy bien por qué, pero así es, es como una droga. Supongo que por eso he sido montador, postproductor, realizador de publicidad, guionista y director de cine, y que por eso escribo, hago fotos, dibujo y sigo buscando cada día nuevas formas de contar historias que resulten atractivas para los demás.
Aprender siempre y renovarse las veces que haga falta, esa es la idea, porque cuando algo se vuelve previsible y deja de sorprenderme, simplemente me aburro y siento la necesidad de explorar nuevos caminos. Algunos amigos y familiares creen que sufro del síndrome de Peter Pan, pero yo tengo claro que no se trata de eso. Lo mío es un caso evidente de bala perdida. Otro más. Como el del resto de los que pueblan esta editorial.
Sin embargo, la razón de que sea una bala perdida no es que no sepa hacia dónde apuntar. No, eso lo tengo claro. El objetivo es encontrar historias originales y que rompan con los cánones establecidos. Escribir relatos que arriesguen, que innoven y que sorprendan. Experimentar con nuevos lenguajes, mezclar formatos, seguir maravillándome como autor, como lector y como espectador y, ante todo, no dejar nunca de jugar. El problema es que nunca sé dónde encontraré lo que busco o dónde me llevará el siguiente paso, y por eso parece que ande por ahí dando palos de ciego, como una bala sin rumbo. Perdida.