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La extraordinaria vida de Conchita Montes, por Javier Puebla, en Diario 16
Precioso artículo sobre Conchita Montes. Una mujer ante el espejo, de Aguilar y Cabrerizo en Diario16, por Javier Puebla.
Una delicia de libro, el número 9 publicado por la Editorial Bala Perdida en su colección EN LA DIANA. Conchita Montes: una mujer ante el espejo.
¿Quién era Conchita Montes? Una mujer afortunada, una mujer valiente, una persona fascinante, una maravilla capaz de robarle el corazón a Edgar Neville (¡qué personaje, oigan!)
Cuando le dije a mi madre que estaba leyendo un libro sobre ella, sobre la Montes, mi madre enseguida se interesó, claro que la conocía, por supuesto: era una leyenda viva.
-Tú también has debido de ver alguna de sus películas, cuando eras niño.
Agaché la cabeza culpable: he sido durante años uno de esos insuficientes que negaba gran parte del cine español sin siquiera dignarse a verlo.
-Pero La Montes era mucho más que una actriz. Era íntima de Ortega y Marañón, y de Eugenio D´Ors, todo un cerebro. Y trabajaba para La Codorniz, la mejor revista de humor que quizá haya habido en la historia de España. Pero lo realmente inolvidable era verla en el teatro, cuando tú aún no habías nacido la vi con tu padre en el teatro Lara, El hombre del paraguas se llamaba la obra, estaba espléndida, inolvidable, hasta me puse celoso porque tu padre no dejaba de hablar de ella… Y se codeaba con Charlot, fue una figura importante en Hollywood, y además había estudiado derecho en San Bernardo, sin duda tu padre la conocía más de lo que me dijo nunca, porque ya sabes que él tenía una tienda de juguetes en la calle San Bernardo por aquella época. Quien si la conocía, y muy bien, era tu tío Felipe, mi hermano, que dirigía el Cineclub universitario, ya sabes.
-Si mamá, ya sé, gracias -sonrío un poco desbordado.
A mi madre le das cuerda y es capaz de no parar hasta que no llegue la hora de la cena, pareciera que la que estuviese leyendo el libro fuese ella y no yo; seguro que este artículo habría quedado mil veces mejor si lo hubiese escrito ella, pero admito que me hizo especial ilusión escucharla hablando de mi tío y de mi padre, quien por aquella época misteriosa para mí pues aún no había nacido corría rallyes por el norte de África (pero esa es otra historia).
Tras escuchar a mi madre vuelvo a casa con enormes ganas de seguir leyendo y me zampo lo que me faltaba del libro en menos de dos horas: es un ensayo, pero se lee con la facilidad e interés de una novela gracias al buen oficio de Santiago Aguilar (autor junto a Luis Guridi de títulos tan míticos como Justino, un asesino de la tercera edad o Matías, juez de línea) y el historiador Felipe Cabrerizo.
La Montes, su peripecia vital, mantiene al lector fascinado de la primera a la última de las 170 páginas que conforman este libro de prosa deliciosa y con la huella de una bala en su página 99. Un regalo, y en cierta forma también un honor, para mí el haberlo leído.