El viaje intelectual de Waldo y Lana o la historia de los años 90 Leer…
Entrevista a José Ángel Mañas en El Confidencial
Entrevista en El Confidencial a José Ángel Mañas, por Víctor Lenore.
Hace veinticinco años, sacudió las letras españolas con una novela descarnada, que podría describirse como ‘El Jarama’ de Sánchez Ferlosio(1955) empapado de sexo, drogas y rock and roll. Unos le consideraron el Bret Easton Ellis nacional, otros la llegada del punk a la literatura juvenil de nuestro país. Hoy José Ángel Mañas (Madrid, 1971) es un señor de casi cincuenta años, con canas venerables, interesado en la novela de época. ‘Historias del Kronen’ (1994) es un punto de referencia generacional, por eso a partir de este lunes se organiza una semana de conciertos y charlas que celebran su reedición, esta vez en Bala Perdida.
Quedamos en las oficinas de la editorial, cercanas al centro de Malasaña, para hablar del impacto de esa novela, emblemática para la llamada Generación X. Mañas demuestra ser un conversador atento, lleno de curiosidad y proclive a reírse. Tampoco se le escapa cómo funcionan las cosas. «La industria editorial española utiliza la estrategia de la lotería: compran muchos décimos a ver si toca. Se editan setenta mil títulos al año, que es una barbaridad. Planeta no se dio cuenta de que habían publicado ‘La sombra del viento’ hasta que vieron en los informes que habían vendido cuarenta mil ejemplares. Esto explica muchas cosas», lamenta.
PREGUNTA. ¿Te gusta la música? ¿Empezamos por ahí?
RESPUESTA. Curiosamente, no me han preguntado mucho sobre esto. La música de los noventa fue el indie, unos años donde había dinero y nos sentíamos modernos y europeos, hasta el punto de pensar que era natural cantar en inglés. Recuerdo haber escrito un articulo en el fanzine ‘Subterfuge’ diciendo que era mejor la expresividad de tu propio idioma. Debió sentarles regular porque eran el sello discográfico que más grupos en inglés publicaba. Ahora en mi entorno pones trap y el comentario normal es «estos tíos qué malos son». Siempre digo que estamos ante un producto de esta época, ya que ahora hay crisis, se ha hundido la industria discográfica y lo único que te queda encerrarte en tu habitación con una 808 (caja de ritmos) y tirar. El trap ha reivindicado el lenguaje callejero, frente al punto sofisticado-chuleta del indie, que se le fue un poco de las manos. Me gustan mucho las letras de Yung Beef: tiene autenticidad y es un superdotado de la estética. Tú le ves en un plano fijo fumando un ‘peta’ y resulta fascinante. No me extraña que le llame Calvin Klein para una campaña porque allí ya estarán hartos de animales artificiales y prefieren tener como modelo a un animal de verdad. Para mí, Yung Beef tiene el susurro, que puede cansar un poco, pero que está bien después de tantos gritones como Liam Gallagher o Eminem, que me gustan pero también pueden cansar. Yung Beef te obliga a pegar la oreja y prestar atención para escuchar versos como ‘sin ti soy un ángel del infierno/ contigo soy un demonio del cielo’. Tiene el rollo de Granada, con mucha imaginería religiosa. Otra frase desarmante es ‘la calle está enferma/ necesita medicación’. En el fondo, es más rico el sustrato quinqui de Los Chunguitos que el neoyorquino y cultureta del indie. Yung Beef, ahora mismo, se impone a eso sin mucho esfuerzo: cuando cantan juntos en ‘Islamabad’ hay partes donde J. empieza a sesear, como si estuviera cantando reguetón.
P. ¿Qué opinas del concepto «generación», que tanto se te aplicó en su día con la Generación X?
R. La idea de generación es discutida y problemática. Ortega tiene un ensayo donde reflexiona sobre cuánto tiempo separa a una generación de otra, que es algo que se discutía en la historiografía alemana de la época. En los noventa, a mí me meten con Ray Loriga y Lucía Etxebarría, pero para mí los cinco años que nos separan son un mundo, ellos representan el final de los ochenta mientras yo soy la oleada posterior. Es como si ellos vinieran de Bob Dylan y yo, de Los Planetas. Por ejemplo, la pareja de Loriga es Christina Rosenvinge y él escribía en la revista ‘El Canto de la tripulación’, con Alberto García-Álix y otra gente que viene de La Movida. No me gustaba lo de Generación X, y sigue sin gustarme, prefiero etiquetas como «realismo sucio» o «punk», que es más descriptivo, te sitúa en el plano estético de «lo bello es feo y lo feo es bello».
Hace veinticinco años, sacudió las letras españolas con una novela descarnada, que podría describirse como ‘El Jarama’ de Sánchez Ferlosio(1955) empapado de sexo, drogas y rock and roll. Unos le consideraron el Bret Easton Ellis nacional, otros la llegada del punk a la literatura juvenil de nuestro país. Hoy José Ángel Mañas (Madrid, 1971) es un señor de casi cincuenta años, con canas venerables, interesado en la novela de época. ‘Historias del Kronen’ (1994) es un punto de referencia generacional, por eso a partir de este lunes se organiza una semana de conciertos y charlas que celebran su reedición, esta vez en Bala Perdida.
Quedamos en las oficinas de la editorial, cercanas al centro de Malasaña, para hablar del impacto de esa novela, emblemática para la llamada Generación X. Mañas demuestra ser un conversador atento, lleno de curiosidad y proclive a reírse. Tampoco se le escapa cómo funcionan las cosas. «La industria editorial española utiliza la estrategia de la lotería: compran muchos décimos a ver si toca. Se editan setenta mil títulos al año, que es una barbaridad. Planeta no se dio cuenta de que habían publicado ‘La sombra del viento’ hasta que vieron en los informes que habían vendido cuarenta mil ejemplares. Esto explica muchas cosas», lamenta.
PREGUNTA. ¿Te gusta la música? ¿Empezamos por ahí?
RESPUESTA. Curiosamente, no me han preguntado mucho sobre esto. La música de los noventa fue el indie, unos años donde había dinero y nos sentíamos modernos y europeos, hasta el punto de pensar que era natural cantar en inglés. Recuerdo haber escrito un articulo en el fanzine ‘Subterfuge’ diciendo que era mejor la expresividad de tu propio idioma. Debió sentarles regular porque eran el sello discográfico que más grupos en inglés publicaba. Ahora en mi entorno pones trap y el comentario normal es «estos tíos qué malos son». Siempre digo que estamos ante un producto de esta época, ya que ahora hay crisis, se ha hundido la industria discográfica y lo único que te queda encerrarte en tu habitación con una 808 (caja de ritmos) y tirar. El trap ha reivindicado el lenguaje callejero, frente al punto sofisticado-chuleta del indie, que se le fue un poco de las manos.
Me gustan mucho las letras de Yung Beef: tiene autenticidad y es un superdotado de la estética. Tú le ves en un plano fijo fumando un ‘peta’ y resulta fascinante. No me extraña que le llame Calvin Klein para una campaña porque allí ya estarán hartos de animales artificiales y prefieren tener como modelo a un animal de verdad. Para mí, Yung Beef tiene el susurro, que puede cansar un poco, pero que está bien después de tantos gritones como Liam Gallagher o Eminem, que me gustan pero también pueden cansar. Yung Beef te obliga a pegar la oreja y prestar atención para escuchar versos como ‘sin ti soy un ángel del infierno/ contigo soy un demonio del cielo’. Tiene el rollo de Granada, con mucha imaginería religiosa. Otra frase desarmante es ‘la calle está enferma/ necesita medicación’. En el fondo, es más rico el sustrato quinqui de Los Chunguitos que el neoyorquino y cultureta del indie. Yung Beef, ahora mismo, se impone a eso sin mucho esfuerzo: cuando cantan juntos en ‘Islamabad’ hay partes donde J. empieza a sesear, como si estuviera cantando reguetón.
P. ¿Qué opinas del concepto «generación», que tanto se te aplicó en su día con la Generación X?
R. La idea de generación es discutida y problemática. Ortega tiene un ensayo donde reflexiona sobre cuánto tiempo separa a una generación de otra, que es algo que se discutía en la historiografía alemana de la época. En los noventa, a mí me meten con Ray Loriga y Lucía Etxebarría, pero para mí los cinco años que nos separan son un mundo, ellos representan el final de los ochenta mientras yo soy la oleada posterior. Es como si ellos vinieran de Bob Dylan y yo, de Los Planetas. Por ejemplo, la pareja de Loriga es Christina Rosenvinge y él escribía en la revista ‘El Canto de la tripulación’, con Alberto García-Álix y otra gente que viene de La Movida. No me gustaba lo de Generación X, y sigue sin gustarme, prefiero etiquetas como «realismo sucio» o «punk», que es más descriptivo, te sitúa en el plano estético de «lo bello es feo y lo feo es bello».
En los noventa, a mí me meten con Ray Loriga y Lucía Etxebarría, pero para mí los cinco años que nos separan son un mundo
Nunca he sido reivindicativo, sino más bien de Los Ramones, pero algo que me gusta del documental ‘Generación Kronen’ (2015) es que tiene una óptica próxima a Pierre Bourdieu. Se trata de hacer sociología del arte, descubrir de qué entorno viene cada escritor y cómo se han logrado meter en la industria. Una serie de personas se dan cuenta de que la literatura es una opción rentista y por tanto interesante. Por mi parte, de todo aquello recuerdo la sensación de estar metido en un juego cuyas reglas desconocía. Las fotos de Ray Loriga eran mucho mejores, muy curradas, mientras que yo ni siquiera me esforzaba con la imagen, que es algo que me hubiera ayudado a llegar más lejos.
P. Los noventa fueron años de individualismo y ruptura de lazos comunitarios. Lo describen bien las novelas de Bret Easton Ellis, que cuentan cómo nos hipnotiza el capitalismo. También había un fuerte rechazo de la política: el rockero Nacho Vegas suele recordar que referirse a cuestiones sociales te convertía en un paria en los ambientes ‘cool’.
R. Hemingway decía que, aunque creamos lo contrario, todos obedecemos los mandatos de la época. Eso puede aplicarse a Bret Easton Ellis, que tenía una posición ambigua, estando a la vez dentro y fuera del sistema, aunque un poco más dentro. Era una crítica a los que mandan, pero con mucha fascinación. Lo que nos pasó con él en los años noventa, les ocurre hoy a los jóvenes con la serie ‘Narcos’. Respecto a Nacho Vegas, sé que estuvo en Manta Ray, pero tengo pendiente meterme a escuchar a fondo sus discos en solitario. El desprestigio de la política empieza con el ‘moderneo’ de Almodóvar y hoy somos un poco producto de esa idea, muchas veces sin darnos cuenta. Mis profesores de Historia en la carrera eran todos marxistas y por lo menos tuvimos contacto con ese ambiente, que fuera de las facultades ya había cambiado. Ahora estoy dando unos cursos en Basilea y es divertido explicar a los jóvenes el significado de Almodóvar y McNamara. Hemos pasado del «nada es política» al «todo es política».
P. ¿Cómo te afecta a ti el cambio?
R. Ahora mismo, estoy preparando una novela ambientada en la conquista de América y me da pereza sacarla. Trabajas mucho tiempo y sabes que el debate va a ser si Colón nació en Génova o no. Ese tipo de polémicas carece de interés. Sé que voy a tener que responder a todas las opiniones del narrador, cuando el narrador no soy yo, sino un personaje que he construido. Antes estas cosas obvias no había que explicarlas. Lo importante de mi novela es la controversia de Valladolid, Pizarro y Núñez de Balboa, que descubre el Pacífico. También las guerras civiles de Hernán Cortés. Todo esto pasa en cincuenta años y ahí sí veo muy claro el concepto de generación. Tienen relaciones muy intensas entre ellos, donde Bartolomé de las Casas maneja el diario de Colón y Pizarro roba el proyecto a Núñez de Balboa. Es increíble la cantidad de veces que se cruzan. Espero equivocarme, pero me van a preguntar sobre las cosas menos interesantes. Creo que hoy hemos perdido en libertad de expresión y hemos ganado en conciencia política.
Siempre digo que el 15M es el punto de inflexión en este aspecto. Ya no se puedan hacer canciones como ‘Quiero ser mamá’ de Almodóvar y McNamara porque nos hemos dado cuenta de que tiene un mensaje infame, que habla de bobadas como prostituir a tu hija y que en realidad no aporta nada sustancial. Eso en los ochenta salía en la televisión pública y quizá es mejor apostar por otros contenidos. Lo primero que nos pasa por la cabeza no es necesariamente valioso. A mí me interesan los matices, alguien capaz de sostener y explicar que la ley contra la violencia de género tiene un noventa por ciento de aspectos positivos y un diez por ciento donde los hombres salen injustamente perjudicados.
Alberto Olmos reseñó aquí el documental ‘Generación Kronen’ y tituló su texto ‘Cuando ser escritor era una juerga’. Os daban adelantos de 25.000 euros y mucha atención mediática. ¿Cómo viviste eso?
R. Olmos tiene razón. Fue el final del periodo de vacas gordas y lo disfrutamos. Lo que pasa es que llegas a creerte que esa excepción era la normalidad. Poco a poco, fuimos aterrizando, cada cual a su ritmo. Olmos destacaba una frase mía donde explicaba que «en literatura no pinto nada». Quería decir que fui famoso, pero no me enteré tanto. Lo importante fue poder vivir solo con 24 años, además de dedicarme por completo a escribir. Hoy casi nadie vive de la literatura, además hay que hacer columnas, guiones, seminarios o lo que toque. Lo que cuenta muy bien el documental es que se diluyen las estructuras de legitimación clásica del escritor. Ahora cualquiera puede entrar en el circo. Un suplemento literario como ‘Babelia’ apenas tiene importancia y diría que Olmos es el único referente de la crítica joven, que no tiene fuerza suficiente para hacer que un autor triunfe, pero sí capacidad para deslegitimar un prestigio creado por la publicidad de la industria. Como todo, el cambio es cuestión de dinero: quien antes vendía veinte mil, ahora se queda en dos mil. Lo positivo de este proceso de destrucción es que ahora todo el que escribe lo hace por vocación, ya que apenas hay pasta en juego. También está el punto democrático, la sensación de que se han abierto las puertas. En los ochenta, te cruzabas con Vargas Llosa y tenía un aura cegadora, se le trataba como a alguien en otro plano; ahora si entrase aquí le daríamos una lata de cerveza, dos palmaditas en la espalda y una silla de madera para sentarse. Se ha perdido por completo esa aura.
Véase también https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-11-18/jose-angel-manas-historias-del-kronen-25-anos_1652898/