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Olga Lucas

Bala, lo que se dice bala, no sé si soy, pero perdida desde luego. Perdida, desconcertada, desarraigada, desclasada y desubicada en tiempo y espacio. Por eso me reconforta sentirme acogida por Lorena Carbajo al incorporarme a su comunidad de balas perdidas. Son todas ellas mucho más jóvenes que yo y convencidas de serlo en alguno o en ambos sentidos del término. Algo se me pegará.

Procuraré estar a la altura porque de lo que sí estoy segura es de compartir los valores que rigen la editorial Bala Perdida:

A mí también me gustan las personas “diferentes, creativas, soñadoras y genuinas”. Yo también aprecio los matices y no solo las vidas lineales. La mía, desde luego, no lo ha sido. Y, por supuesto, comparto la búsqueda de una visión del mundo que nos ayude a reencontrarnos con los valores que nos hacen auténticos, con lo que realmente importa, con lo que nos hace sentirnos vivos y apasionarnos por el arte.

Si hacer mía esta declaración de intenciones fundacional me convierte en bala perdida, entonces, sí, lo soy y me satisface serlo.

Lamento que determinadas palabras cono “vividor” o “escribidor” se hayan cargado de connotaciones peyorativas. Me considero vividora en el sentido de intentar cumplir con mi obligación de vivir con la mayor dignidad y coherencia posible. Hacerlo en un mundo no siempre digno y cuanto menos contradictorio merece un respeto y no el desdén con el que se utiliza.

Y me confieso escribidora en la acepción literal del término: persona que escribe. La escritura no es mi profesión, ni lo ha sido ni lo será. En ese sentido no soy escritora. Ahora bien, lo que se hace, en este caso se escribe, por afición no es forzosamente de peor calidad que lo se escribe por obligación contractual. Tanto escribidores como escritores pueden escribir cosas buenas, malas o regulares y las obras de unos y otras pueden gustar más o menos, llegar mejor o peor al público lector. Tampoco aquí es justa la descalificación apriorística.

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