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Reseña de «Los papeles de Bruselas», de Nacho Escuín en Librújula, por Enrique Villagrasa

La novela xennial del poeta Nacho Escuín

   Enrique Villagrasa

La primera novela del poeta, editor, crítico, profesor y recién nombrado director del Instituto de Estudios Turolenses Nacho Escuín (Teruel, 1981), Los papeles de Bruselas (Bala perdida) termina con esta frase: “Atravesé la puerta de embarque y me fui al carajo”. Y es que para darse cuenta de este ajuste de cuentas con los anémicos cerebrales y hemorrágicos verbales, con los que tiene que lidiar el sagaz protagonista, lo mejor que puede hacer uno es verlo todo desde el carajo; o sea, no estando a su lado: rechazar y rechazarlos. Aquí carajo no tiene esas falsas connotaciones marineras, que también, y si de negación de algo o de alguien. ¡Descúbralo la persona lectora!

Que esta novela es una confesión ficticia, un poner los puntos sobre las íes virtuales o una pasión, muerte y resurrección virtualmente analógica es verosímil. Pero, también algo más: como la crónica de una muerte perseguida, no sé si anunciada, y es que me da la sensación de que aquellos años de dudas y persecuciones regresan a nuestra memoria de la mano de un xennial (aquellos nacidos entre 1977 y 1983) o algo así: una generación que no encuentra su lugar, igual que la de los 50, recuerdo. ¡Generaciones de encrucijada, ambas, vive Dios!: “Bruselas y el minúsculo cuarto del hotel Pantone es básico para esta historia de viajes y ciudades pues, de alguna forma, es el inicio de un proceso de desintegración. Sin ese apartado quizá jamás habría pensado en lo que supone ser otro mientras no dejas de ser tú mismo”.

El paso a la narrativa, que no salto al vacío, de Escuín Borao es ágil, fresco, divertido e irónico. Es una novela sin más pretensiones que la de divertir al lector y hacerle pensar un poco, en y con su complicidad, pandemia mediante. La poesía salva y la narrativa entretiene. También es un repaso a amigos y enemigos. El autor, que cavila mucho, es un consagrado poeta, no lo olviden: ahí tienen el pedagógico y elocuente poema delantal del poeta Dionisio Cañas que abre la novela. Y esta novela de ficción confesional, periodística y cervantina: qué abre ventanas y más ventanas al mundo, donde nada es real: “Bruselas se convirtió en un espacio en el que estar mientras aquí sucedían cosas sin parar, incluso su propio futuro se estaba jugando sin que lo supiera pues, en su ausencia la siempre diligente competencia política, o los también denominados compañeros de partido preparaban su espacio y trataban de quitarle el suyo”.

Todo es virtual: el autor es hijo de su tiempo. Ya se sabe que los sueños, sueños son. En Los papeles de Bruselas el protagonista no es un joven estudiante que regresa a su casa de Los Ángeles, es un joven técnico político que anda por la ciudad epicentro de Europa. En la que también abunda el márketing y sus distribuidores. Además la novela tiene su propia banda sonora: de hecho la música la escuchas desde que abres la historia. El autor cita en una solapa las canciones, que dan razón de su búsqueda y de sus gustos musicales. Canciones de significativas y actuales letras, de autores algunos también poetas, además de músicos.

Por otra parte, hay pasajes o estampas que me recuerdan el buen hacer con la pluma de Álvaro Cunqueiro, pues en Los papeles de Bruselas anida esa elegancia narrativa, delicada imaginación, irónica y a veces benévola y melancólica mirada con la que el protagonista observa su presente. Características que me llevan al narrador gallego, tanto en Postales, como en Retratos o en sus Selfi: la tres partes en las que divide la novela. El devenir telúrico del silencio se hace palpable en esta obra de vertiginosas luces de neón, Starbucks, McDonald’s, la cerveza rubia belga Maes de botella y barril y homenajes y más reconocimientos a los escritores admirados. El bagaje cultural del autor brilla en este pasmoso debut.

Es, no cabe duda una historia narrada, en un centenar de páginas, con fuerza y absoluto dominio literario: jugando con el tono cercano o distante. Es implacable y esa mirada amplia e inmisericorde corresponde al gran novelista que nace: “A él le gustaban las ciudades como Bruselas. A su jefa no le gustaba nada, y el día que viajó con él para intervenir en la comisión todo fueron problemas. Desde el instante en el que bajó del avión todo estuvo mal hasta el momento en el que volvió a montarse en otro de vuelta”.

Es un Escuín con un estilo seco, cortante, directo, golpeando duro al lector cómplice. Posiblemente sea el libro que mejor represente a la generación Xennial. Será la novela de moda, no sé si generacional, COVID-19 mediante, y un guion cinematográfico a tener en cuenta. La narración lleva ese camino, a pesar de los citados otros anémicos cerebrales y hemorrágicos verbales. Será una novela que ejercerá una fuerte influencia en los jóvenes escritores de hoy. Y todo el mundo la leerá por ver si aparece. Amigos y enemigos, vivos y muertos, amores y desamores como con V y G. El libro también tiene nombres propios como Brenda; Elisa (su alter ego); Julio y Aurora (Cortázar y Bernárdez, para más señas); el premiado y reconocido Manuel Vilas, pandemia de la COVID-19 mediante; Nacho Montoto; Sergio Algora; Félix Romeo; Pere Rovira; el querido y admirado cátedro Alfredo; entre otros como Julio Antonio Gómez o Auster; librerías como Antígona; novelas como PatriaSoldados de Salamina Historias del Kronen. Todo del exquisito ámbito cultural universal de ayer, hoy y siempre: incluido el cine, claro.

Esta novela, escrita en los recientes meses del confinamiento pandémico y narrada en primera persona, es un gozo para el lector, que nos recuerda a aquellos exilios de los que nos hablaran Horacio y Kafka, entre otros: “No porque el hombre salga de su casa sale de sí mismo”. (Horacio) y “-¿Conoce, pues, su meta? –preguntó él. -Sí -contesté yo-. Lo he dicho ya. Salir de aquí, ésa es mi meta”. (Kafka) También intuyo ecos de, para mí la gran novela de fin del siglo XX, Diario de un hombre humillado (Anagrama), de Félix de Azúa.

Además de todo esto, esta novela es el retrato del descontento que tiene y siente el protagonista. Descontento del que para muchos lo tiene todo; pero, aunque lo tenga se nota que no es feliz del todo. Le falta, tal vez, ese cariño sincero y sentirse a gusto con él mismo. Eso que llaman autoestima. ¡Por fin, ya tenemos la esperada novela de los años veinte, de este siglo XXI! ¡Gracias, Ignacio Escuín Borao por escribirla!

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