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Genial entrevista a Manuel Horno, autor de «Las Haraganas» en el Diario de Navarra, por Nerea Alejos

Aunque casi todo el mundo le considera músico por su trayectoria con la compañía músico- teatral La Trova, su pasión por la lectura le ha acompañado siempre. Y, a base de leer, Manuel Horno empezó a alimentar la necesidad de escribir. Hace seis años, por fin decidió enfrentarse a la página en blanco y acabó dando forma a su primera novela, Las haraganas (editorial Bala Perdida), una historia protagonizada por tres hermanas solteras que dejan pasar los días en la misma casa que las vio nacer, en un pueblo de la España rural. Precisamente Horno comenzó a escribir esta novela en el burgalés valle de Mena, adonde se trasladó hace nueve años. Allí encontró la calma necesaria para volcarse en la escritura. “En invierno estamos unos 15 o 16 habitantes”, apunta sobre el pequeño pueblo donde vive, Leciñana de Mena, donde asegura haber encontrado su lugar.
Hasta ahora la escritura le había servido como desahogo interior. ¿Por qué sintió la necesidad de crear un relato de ficción?
Creo que me influyó mucho el venirme a vivir a un entorno rural como el valle de Mena (Burgos). De repente me vi con mucho tiempo, en un ambiente mucho más calmado, en el que podía dedicarle más tiempo a la lectura, y empezó a picarme el gusanillo de escribir. Aunque, en mi caso, me costó dar el paso de sentarme a escribir. Yo me ponía muchas excusas: ‘Necesito una mesa, necesito lo otro…’. Hasta que mi pareja me dijo: ‘Para escribir solo necesitas un papel y un boli’. Y esto es verídico: me hizo sentarme, me puso el papel y el boli delante y entonces me dije: ‘Manuel, arranca’. Y arranqué. Sobre todo me fue enganchando mucho el proceso de escribir, me pareció algo fascinante.
¿Y escribió la novela prácticamente del tirón?
Me pilló en una época en la que estaba trabajando con dos productoras de teatro, Focus y Pen- tación, gestionando giras, pero tenía periodos en los que podía estar dos o tres meses sin moverme a ningún lado. Aproveché uno de esos parones y prácticamente la terminé, hasta que me salió una oposición para una plaza de técnico de cultura en el valle de Mena. Dejé la novela aparcada unos meses, pero luego la retomé. Una vez que me meto en algo, soy muy metódico trabajando. Me sentaba a escribir y se me pasaban las horas sin enterarme.
Su historia se podría definir como un drama de mujeres en un pueblo de España. ¿De dónde nacen estos personajes que recuerdan a La casa de Bernarda Alba?
Surgieron de una conjunción de personajes que he conocido y de otros de los que me han hablado. A la hora de escribir, me he dado cuenta de que tus vivencias se convierten en un bagaje del que echas mano constantemente, consciente o inconscientemente. Cuando era pequeño y vivía en Pamplona, recuerdo que iba con mi madre a visitar a dos hermanas que vivían con su madre. Probablemente sería a finales de los años 70, cuando yo tenía 8 o 10 años. Para mí, entrar en aquella casa era como entrar al túnel del pasado. También me contaron la historia de tres hermanas que habían vivido aquí en el valle. He ido echando mano de diferentes experiencias y también de la propia literatura. El personaje de la madre recuerda a Bernarda Alba porque es una mujer seca y dura, que parece que no tiene sentimientos.
Su novela no se sitúa en una época concreta. ¿Por qué ha querido darle ese aire intemporal?
Eso ha sido totalmente consciente. La única referencia que hago es que una de las hermanas nace el mismo día en el que estalla la Guerra Civil. He querido reflejar cómo estas mujeres crean un ambiente de convivencia que mantienen a lo largo de los años. Es algo que lo he podido constatar en algunas personas mayores que parece que no han salido de ese mundo en el que les tocó vivir cuando eran pequeñas. Cuando yo iba a visitar con mi madre a aquellas señoras de Pamplona, ya entonces tenía la percepción de que esas mujeres vivían completamente ajenas a su tiempo. También recuerdo cuando iba al pueblo de mi padre, en Zaragoza. A mis hermanos y a mí nos llamaban mucho la atención algunos personajes. Por ejemplo, había una señora a la que le llamábamos “la antigua”, porque nos parecía que se maquillaba como una mujer antigua. Yo creo que hoy en día existen personas así, que viven en su propio mundo.
En el prólogo que le dedica José Ángel Mañas (Historias del Kro- nen), se refiere a usted como un “rebelde en la era de Internet”. Cuando Mañas me pasó el prólogo, me hizo mucha gracia. Me di cuenta de que me había captado muy bien durante el par de encuentros que tuvimos. He sido rebelde hasta con las redes sociales. Mi editora, Lorena Carbajo, me decía que tenía que estar en las redes, pero yo me resistía. Llevo nueve años viviendo en el valle de Mena y ahora lo veo como si hubiera completado un círculo. Mi familia ha tenido mucha relación con el mundo rural. Mi padre era de un pueblo pequeñito (Oseja) y trabajaba en Sos del Rey Católico, de hecho tenemos una casa cerquita… Desde muy niño, cuando terminábamos el curso, ese mismo día nos metían en el coche a los seis hermanos y nos llevaban al pueblo para pasar el verano. Después tuve una etapa en la que me tiró la gran ciudad, me fui a Barcelona, a Madrid… Y luego, por circunstancias, he vuelto otra vez al mundo rural y estoy encantado. Siento que aquí tengo mi sitio.
¿Escribir una novela como Las haraganas es ir a contracorriente?
No lo he hecho como algo consciente. Creo que responde al tipo de literatura de la que más he bebido. Por ejemplo, siempre me han gustado las novelas de la época de la posguerra, de autoras como Elena Quiroga o Carmen Laforet. Siempre he leído a muchos autores clásicos, sobre todo des- de finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Especialmente me gusta Chéjov, con ese gusto de detenerse en los pequeños detalles. Creo que ese pozo literario se refleja en Las haraganas, por eso me ha salido una novela de corte “viejuno”, como dice José Ángel Mañas.
Él también la define como un “soplo de aire rancio”….
Sí, eso se lo comenté yo y le hizo mucha gracia. Hace referencia a las típicas frases que aparecen en las bandas de los libros, como “un soplo de aire fresco en la narrativa española”. Yo creo que lo mío va a ser un soplo de aire rancio, si es que sopla por algún lado…

Por el momento en Navarra ya se ha situado entre los diez libros más vendidos en las últimas se- manas. ¿Qué le comentan sus lectores?
Me están llegando comentarios muy gratificantes, entre ellos, que la historia y los personajes enganchan. Mi padre, que falleció hace unos meses, leyó el manuscrito de la novela y le gustó cómo captaba el ambiente de un pueblo pequeño. Los personajes también le recordaban a personas que conoció en su infancia. Y una cosa que me está gustando mucho es que la gente me está animando a escribir más.
¿Y ya está en ello?
Tengo una segunda novela prácticamente terminada. Cuando acabé Las haraganas y vi que podía ser bastante complicado que viese la luz, decidí no estar cruzado de brazos mientras esperaba a que me la publicasen. Había disfrutado mucho escribiendo Las haraganas y decidí lanzarme con otra novela. Ahora la estoy terminando. En estos días de vacaciones, me levanto pronto y me pongo a escribir. Es una carrera de fondo que he iniciado. Estoy muy satisfecho de haber dado este primer paso literario, pero me queda por delante mucho aprendizaje y mucho en lo que trabajar.
¿Esta segunda novela también estará ambientada en el mundo rural?
No, en esta otra he querido huir de ese ambiente. Si algún día la publico, los lectores encontrarán una historia muy diferente, aunque probablemente perciban rasgos míos.
Siempre ha estado muy ligado al mundo de la cultura. ¿A qué se dedica ahora?
Es complicado trabajar en el sector de la cultura en el ámbito rural, pero tuve la suerte de que hace tres años me saqué la plaza de técnico de cultura en el municipio en el que vivo, Leciñana de Mena. Está siendo un trabajo bonito. Hay un pequeño teatro en el municipio y yo me encargo de la programación y de otras actividades para la vida cultural del valle, que se compone de 69 pueblos pequeños. Es una zona montañosa muy verde, de prados y de bosque, y además está a dos horas de Pamplona, adonde me gusta volver siempre que puedo.

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