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Gerardo Collazo Vilar

De pequeño, mis padres me llevaron al médico. Algunos profesores decían que algo no andaba bien, que debía estar muy enfermo. «Es demasiado infantil para la edad que tiene», decían de un niño de siete años, cuyo recuerdo se me escapa. Y es que prefería leer y pintar a jugar con los demás niños a imitar a los adultos. Prefería explorar los rincones de un jardín, un muro o una playa, a someterme a una realidad obtusa que, a través de una enseñanza estéril, predecía un futuro gris y sin remedio.

Tras muchas pruebas, los médicos concluyeron que tenía un raro trastorno que podía desencadenar conductas antisociales; así llamaron a mi creatividad. Cuando analizaron los resultados, quedaron sorprendidos. Especialistas de todo el mundo se interesaron por ellos, y hasta un circo preguntó a mis padres si «el bicho está en venta». Al final no me vendieron; los noventa eran salvajes, pero no tanto.

La noticia cayó como un mazazo en la realidad de una familia que solo aspiraba a llevar una vida tranquila. Fue un golpe devastador. Un médico recomendó a mis padres abortar; era un poco tarde, pero no demasiado. Se encaró a mi madre y le dijo: «¡Pilar, joder, son muchas estrías para tan pocas alegrías! ¡Este niño será un yonqui, tal vez un suicida, o peor aún, un artista!». Mi madre se negó rotundamente, y mi padre estuvo de acuerdo: «Si hemos llegado hasta aquí -dijo-, lo mejor será darle una buena educación. Si sobrevive, tal vez aprenda a dar sentido a su condición».

Treinta años después, sigo vivo. Soy un bala perdida que ha escrito algunos buenos libros y pintado cientos de cuadros. He estudiado realización en espectáculos y audiovisuales, además de periodismo, para aterrizar finalmente en publicidad. También tengo una marca de joyería. Algunos dicen que estoy detrás de Mondo Insonoro, pero no es cierto. Sobre todo, en este mundo gris que un puñado de balas perdidas intentamos colorear, trato de mantener viva esa chispa de energía que, en mi infancia, algunos adultos se empeñaron en apagar.

Es de este modo que os doy la bienvenida a mi pequeño universo de color y alucinaciones, ahora que, aún perdido, consigo acertar el tiro.

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