Edición rústica con solapas en papel premium
Tras el telón de acero (Hijas del exilio)
Olga Lucas evoca en este libro sus memorias del exilio con la mirada de una niña tras el telón de acero.
Rústica con solapas y guardas 270 páginas
ISBN: 978-84-124550-4-5
20,00€ IVA incluido
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Tras el telón de acero (las hijas del exilio) es mucho más que un libro de memorias, de evocaciones, de recuerdos: es un libro que pone delante de los ojos –y de la escritura- de la Olga Lucas de hoy, la mirada inocente de la Olga Lucas niña que tuvo que abrirse al mundo en tierras desconocidas, con costumbres que llenaban sus labios de preguntas y que terminaban por convertirse en anécdotas que se dibujan en nuestros labios como una sonrisa. Hay un diálogo desde el tiempo de la Olga escritora con la Olga que comenzaba a hacer las preguntas que todos se callaban.
Olga Lucas nos devuelve en estas páginas –que son las páginas de su vida- uno de los exilios menos conocidos, menos atendidos y menos evocados. El exilio cotidiano de una niña que comienza a vivir tras un telón de acero, ese exilio del día a día. Y después de su lectura, entendemos que también para nosotros ese exilio es irrenunciable.
José Manuel Lucía Megías
Olga Lucas
Bala, lo que se dice bala, no sé si soy, pero perdida desde luego. Perdida, desconcertada, desarraigada, desclasada y desubicada en tiempo y espacio. Por eso me reconforta sentirme acogida por Lorena Carbajo al incorporarme a su comunidad de balas perdidas. Son todas ellas mucho más jóvenes que yo y convencidas de serlo en alguno o en ambos sentidos del término. Algo se me pegará. Procuraré estar a la altura porque de lo que sí estoy segura es de compartir los valores que rigen la editorial Bala Perdida: A mí también me gustan las personas “diferentes, creativas, soñadoras y genuinas”. Yo también aprecio los matices y no solo las vidas lineales. La mía, desde luego, no lo ha sido. Y, por supuesto, comparto la búsqueda de una visión del mundo que nos ayude a reencontrarnos con los valores que nos hacen auténticos, con lo que realmente importa, con lo que nos hace sentirnos vivos y apasionarnos por el arte. Si hacer mía esta declaración de intenciones fundacional me convierte en bala perdida, entonces, sí, lo soy y me satisface serlo. Lamento que determinadas palabras cono “vividor” o “escribidor” se hayan cargado de connotaciones peyorativas. Me considero vividora en el sentido de intentar cumplir con mi obligación de vivir con la mayor dignidad y coherencia posible. Hacerlo en un mundo no siempre digno y cuanto menos contradictorio merece un respeto y no el desdén con el que se utiliza. Y me confieso escribidora en la acepción literal del término: persona que escribe. La escritura no es mi profesión, ni lo ha sido ni lo será. En ese sentido no soy escritora. Ahora bien, lo que se hace, en este caso se escribe, por afición no es forzosamente de peor calidad que lo se escribe por obligación contractual. Tanto escribidores como escritores pueden escribir cosas buenas, malas o regulares y las obras de unos y otras pueden gustar más o menos, llegar mejor o peor al público lector. Tampoco aquí es justa la descalificación apriorística.